A los que se llevan hasta las copas.
La señora Alba corre de un lado a otro con los nervios de punta. Correa a la cocina a supervisar los canapés y luego al patio a mirar el cielo para rezar dos Ave María pidiendo a la Virgen que no llueva.
―Virgencita por favor, más que me costó casar a la Josy, por favor no me agüe la fiesta― ruega arrodillada la señora Alba sobre el paño en el suelo que le protege las pantis. Se persigna rápido, tira un beso al cielo y vuelve a correr a la cocina a mirar la comida.
Un horno industrial gigante conseguido en la panadería copa el lugar, entre medio y tratando de no quemarse, pasan a penas sus hermanas y las vecinas que están ayudando con la cena para el matrimonio.
―Dóña Alba ¿usted cree que va a alcanzar el copete?, su cuñado y su marido ya se bajaron dos botellas de vino―le señala Marta con preocupación apuntándole las cajas apiladas.
―Anda a buscarte otra caja donde don Roberto y dile que yo te mandé, que me lo anote no más.― Doña Alba llevaba ahorrando para esta ocasión hace rato. Costura a costura fue juntando las chauchas para el día que se casara la Marité, la mayor de las hijas que la premió con tres criaturas y ni un solo matrimonio. La Josy era su salvación, había terminado su carrera universitaria recién y se iba a casar, era lo que siempre había esperado para sus hijas y la Josy lo estaba cumpliendo. Su sueño era verla titulada y vestida de blanco entrando a la iglesia ya no importaba si virgen o no. Se había resignado con la Marité y ya sólo les pedía discreción y cuidado. La Josy iba a entrar a la iglesia de blanco igual y casi ni se le notaba la guatita bajo el corset.
―¡La Josy! Se acordó doña Alba, mirando la hora y saliendo disparada a la peluquería de la Inesita a ver a la niña, a la protagonista que se preparaba para el día más feliz de su vida.
Ahí en la peluquería, frente al espejo y con los rulos a medio ondular, lloraba la Josy sentada en la silla del salón de belleza mirándose al espejo y untándose en los ojos una bolsa de té de manzanilla fría para bajar la deshinchazón.
―No la he podido maquillar señora Alba, no para de llorar― le comentó con cara de amurrada la Lolita, maquilladora profesional del barrio, hoy frustrada al no poder hacer su trabajo.―le pongo rímel y al segundo parece mapache.
Josy mira la cara de desaprobación de su madre y se seca las lágrimas rápido tratando de disimular.
―Ay es que está nerviosa pue, ¡háganle un agüita de Melissa para que se relaje!―Pide Inesita a la cocina mientras le pasa laca a los porfiados rulos recién hechos que amenazas con desarmarse.
―Un pitito la relajaría―dice Marité ojeando una revista del salón sin levantar la vista. La señora Alba la mira de reojo con furia y vuelve los ojos bien abiertos a la hija más chica en señal de advertencia.
― ¡No quiero show Josy! Ya te dije ya. Corta el leseo y deja que te arreglen. Son las seis de la tarde y te falta el vestido todavía. ―le advierte la señora Alba con fuerza y apuntándole con el dedo.
―¡Pero mami po!―Llora Josy desconsolada limpiándose la nariz roja con la mano―¡Si yo no me quiero casar!
―Córtala Josy, ya hablamos ya, son los nervios que te hacen hablar tonteras ¡no me dejes en vergüenza por favor te lo pido!.
―Y por qué no se casa usted mami, que le gustan tanto los matrimonios―le dice Marité cruzándose de brazos y mirándola desafiante.
― ¡Que sean tres agüitas de melissa!―grita Inesita para dentro tratando de calmar los ánimos.
― ¡no me vengas a hinchar Marité ¡quédate callaíta mejor!, ¡no le vas a arruinar a tu hermana el día más feliz de su vida!―le advierte doña Alba a su hija mayor, mientras abraza a Josy que se toma el té entre suspiros e hipo.
―Puta que está feliz―dice marité volviendo a ojear su revista.
―Voy a venir a buscarte en 45 minutos Josy―le advierte la señora Alba a Josy mientras le embetuna los ojos con el té que le chorrea por la cara.― y corta la tontera que vas a salir horrible en las fotos… ¡el fotógrafo!―grita doña Alba saliendo disparada de la peluquería hasta su casa.
Frente a la casa, las largas mesas vestidas de blanco adornan el pasaje ante los ojos curiosos mientras primos y familiares a cargo de la decoración, corretean a los niños que juegan a la pelota haciendo peligrar la ornamentación. Doña Alba se consiguió con la junta de vecinos que le cerraran la calle para el gran evento, la sede vecinal le prestó los mesones y las sillas a cambio de invitarlos al matrimonio, y ella misma hizo las fundas y los manteles que se lucían afuera con grandes moños de color rosa pálido.
Dentro de la casa llena de gente, corren de un lado a otro las voluntarias; amigas y familiares de doña Alba que se organizan con los preparativos atropellándose en las órdenes. Todos van de allá para acá nerviosos y acelerados, menos don Pepe, el marido de doña Alba y flamante padre de la novia, que entre conversa y conversa le sirve otra copita más al fotógrafo que ya lo mira medio desenfocado estirando el vaso agradecido.
―Ya Pepe ¡se acabó la lesera!― le dice doña Alba mientras les quita la botella y las copas de la mesa.
― ¡Pero Alba! Si esto es una celebración―le dice don Pepe arrastrando la lengua y tratando de agarrar la botella.
― ¡La celebración todavía no empieza! No te quiero curao en la iglesia Pepe ―le grita doña Alba pegándole un tatequieto en la cabeza― ¡partiste a tomarte un café! y tu también―le ordena al fotógrafo que se para asustado a la cocina donde las vecinas pelan papas y preparan las ensaladas.
―Estamos listas aquí, en lo que vuelvan de la iglesia tenemos lista la carne, vaya a arreglarse Albita―le avisa Marta para la tranquilidad de doña Alba.
Doña Alba sube a su dormitorio y revisa el vestido de Josy una vez más. Lo terminó hace dos días, lo tenía listo de antes pero le tuvo que hacer unas modificaciones al corset porque a Josy le había crecido un poco la pancita. La idea era que no se le notara pero tampoco asfixiar a la guagua, así que le agregó una hilera más de broches que al final la llevó a desarmarlo y armarlo todo otra vez.
Se sacó el pañuelo de la cabeza y se soltó los rulos hechos en la mañana por la Inesita, se calzó el vestido que se hizo para la ocasión y mandó a llamar a Josy que al cabo de media hora llegó a la casa suspirando, conteniendo las lágrimas para que no se le corriera el rímel y afirmando unas flores blancas que coronaban sus rulos negros que caían perfectos sobre sus hombros.
Con esfuerzo le calzaron el vestido que en dos días ya le quedaba apretado otra vez. ―Te dije que comieras menos pan Josy, respira y hunde la guata―le pedía Doña Alba mientras intentaba juntar los broches del corset.
― ¡Pero si no puedo más mami, es la guagua!―se justificaba Josy tratando de no llorar.
―Oiga mami, la guagüita…―le pedía Marité.
― ¡Cállate tú y empuja de los lados!― le ordenaba doña Alba juntando los broches con fuerza uno a uno.―¡ya está! Si es un ratito no más Josy no seas alharaca.
Doña Alba miró a Josy maravillada y se persignó dando las gracias.―Te ves preciosa hija― le dijo con deleite a una triste Josy que se largaba a llorar de nuevo.
― ¿Qué pasa ahora Joselyn por la cresta?, se te corre el rimel―se le acercó doña Alba desesperada limpiándole con cuidado el borde los ojos.
―Mami, es que yo no me quiero casar―se lanzó otra vez.
―Debiste haberlo pensado antes de embarazarte po´ Josy, ahora asume las consecuencias.
― ¿Y cómo la Marité?, ¿Por qué yo sí y ella no? ¡A ella nadie la obligó a casarse!―gritó Josy.
―Por qué yo soy maraca, dígale mami si eso es lo que usted piensa.―la miró Marité desafiante.
― ¡Marité!, ¡Cuida tu lenguaje o te doy un coscacho aquí mismo!…Josita―le habló doña Alba suave y mirándola de frente― te prometo que no es tan terrible, ya vas a ver qué vas a ser feliz.
―¡Pero Mami si no quiero! Yo quería viajar, quiero salir, quiero seguir estudiando.
―Mire Mijita, si la cosa no resulta, si el Leo se pone tonto, se separa, se divorcia y se acabó. Ahora se me limpia la cara y se me casa, no voy a aguantar ni un minuto más de pataleta. Yo hoy día caso a mi hija y se acabó la hueá.
Josy se tranquilizó. Se secó las lágrimas y se maquilló por cuarta vez, dispuesta a ir a la iglesia. Se propuso pasarlo bien, cómo dijo doña Alba, en el peor de los casos se divorciaba y listo. Doña Alba arregló los últimos preparativos, dio las órdenes para su ausencia y salió triunfante a la calle del brazo de Josy donde la esperaba el auto con el rosón blanco. Entre aplausos de los vecinos metió el esponjoso vestido al auto inundado de tul blanco y se despidió de Josy que partía hacía la iglesia sonriendo y despidiéndose con la mano de los vecinos que no paraban de aplaudir el evento del año.
La ceremonia duró dos horas, mucho más de lo esperado. El cura de la iglesia dio un sermón infinito que tenía hasta a la devota doña Alba con los nervios de punta pensando en la comida. Habló de la juventud, del amor, de los valores de la familia que se han perdido, del sagrado vínculo entre un hombre y una mujer que no debe ser manchado por enfermedades modernas, habló de la delincuencia y hasta de la importancia de donar el 1% a la iglesia. Los asistentes ya no escuchaban nada más que sus tripas, las mujeres en la iglesia se sacaban los zapatos adoloridas de tanto siéntense, párense, siéntense, párense del curita que no paraba de hablar y se miraban entre ellos pidiendo piedad para terminar pronto e irse a la fiesta que los esperaba en la casa. Otros más rebeldes, salían a fumar o a comprarse algo al kiosko de la esquina. Los pocos niños asistentes comenzaron a aburrirse y a interrumpir el sermón con: “me quiero ir”, “¿cuánto falta?”.
Cuando el cura por fin terminó Josy no podía caminar con los zapatos altos incrustados en sus pies hinchados y la salida fue rapidita, entre jolgorio y arroz volando desocuparon la iglesia y salieron raudos a la villa donde los esperaba el banquete con la comida que estaba lista hace una hora.
Tuvieron que recalentar la carne, mientras el coctel se hacía humo entre los comensales que sacaban de a varios intentando calmar el hambre con pancitos y aperitivos caseros. La pobre doña Alba no alcanzó a probar ni un solo canapé y se tuvo que llenar la panza con pisco sour que antes de la cena ya la tenía más contenta que a don Pepe, abrazando a todo el mundo y comentando lo feliz que estaba como si la novia fuera ella.
Al salir la comida todo el mundo estaba borracho y salvo uno que otro sobrio, pocos se dieron cuenta de que la carne estaba seca y media quemada. Ya nadie se acordaba de los novios que comían tímidos sin saber mucho de qué hablar en una mesa grande al medio del pasaje hasta que alguien se acordó del vals.
―¡El Vals!― gritó doña Alba llamando a los primos y dando la orden de sacar los parlantes y el equipo de música a la calle.
Ahí al medio de la calle, bailaban los novios riéndose entre ellos avergonzados de los aplausos y las flores que les tiraban los vecinos que se pusieron a bailar entre ellos.
Josy pensó en ese momento que quizás el matrimonio no era tan malo y se repitió que en el peor de los casos se divorciaba. Lo abrazó fuerte antes los aplausos que sonaron más fuerte celebrando la romántica escena y que tenían a Doña Alba emocionada hasta las lágrimas mirando a su hija, la protagonista de la noche deslumbrando como una estrella.
Del vals pasaron a la cumbia y las mesas volaron. El pasaje entero disfrutaba del matrimonio agradeciéndole a doña Alba la invitación, celebrándole la comida, el coctel y la maravillosa fiesta que prometía durar la noche entera hasta que unos goterones comenzaron a caer sobre la gente que se amotinó rápido en la casa protegiéndose las elegantes tenidas y los peinados altos hechos por la Inesita.
Don Guille, el presidente de la junta de vecinos, en una decisión de la que al otro día se arrepentiría, ofreció la sede del barrio para seguir la fiesta allá y comenzaron todos a acarrear parlantes, vasos, sillas y lo que quedaba para seguir el jolgorio. Algunos aprovecharon, ante la indignación de doña Alba, de llevarse sobras y botellas llenas para sus casas, otros se fueron pelando la comida y la mala organización que no había prevenido la lluvia.
La novia decidió que era hora de retirarse a la casa de los padres del novio, estaba cansada y al parecer tendría que conducir ella. El chofer figuraba abrazado al fotógrafo, filosofando copa en mano y no estaba en condiciones de manejar, el novio menos, un que subieron como un bulto al auto. Don Pepe se fue a bailar a la sede que se debatía entre la cumbia y el karaoke. Marité se fue a ver a sus niños que ya dormían cansados y pegajosos con manchas de helado en sus elegantes trajecitos hechos por Doña Alba que aún no se cansaba de mirar orgullosa y sonriendo al auto que se alejaba, escoba en mano lista para empezar a limpiar la casa y desalojar a los borrachos.